Vínculos que se sienten como monólogos
Sobre el cansancio de darlo todo: cuando el vínculo no es mutuo.
“Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.”
Pablo Neruda
Cuando el amor fluye en una sola dirección
Hay relaciones donde, sin que nadie quiera que sea así, el cariño y el esfuerzo parecen moverse solo en una dirección. No es cuestión de culpa ni de malas intenciones, sino de dinámicas que a veces se dan sin que sepamos cómo evitarlo.
En esos vínculos, una persona suele estar más presente, más pendiente, más dispuesta a sostener la conexión. Y la otra, por razones distintas, no puede o no sabe responder con la misma intensidad.
Esto no significa que uno sea mejor o peor. Solo que el equilibrio se pierde, y eso genera cansancio y confusión.
Este texto trata de poner esos sentimientos en palabras.
El cansancio de darlo todo: cuando el vínculo no es mutuo
Hay relaciones que no se rompen con un grito, sino con el peso del silencio. No se quiebran de un día para otro, pero se desgastan lentamente, como una cuerda que se tensa desde un solo extremo. A veces, ese extremo somos nosotros.
Ser siempre quien pregunta, quien busca, quien propone. Ser quien carga con la conversación, con los planes, con las ganas. Sostener un vínculo donde solo una persona está interesada mientras la otra apenas responde. Es como gritar en una habitación vacía esperando eco, pero lo único que vuelve es el cansancio.
Y lo intentamos. Una y otra vez. Porque aún con todo, queremos creer que hay algo que salvar. Que tal vez no nos están ignorando, sino que están ocupados. Que quizás no es desinterés, sino torpeza emocional. Le damos mil nombres a la distancia con tal de no llamarla abandono.
Pero no hay descanso para quien sostiene solo. No hay equilibrio si el otro no está dispuesto a cargar con nada. Amar no debería doler por desbalance, ni deberíamos tener que rogar por lo mínimo.
Quedarse también cansa.
El desgaste no llega de golpe: se instala como una bruma sutil que nubla el afecto. Empieza como una pequeña incomodidad, una intuición, una sospecha. Luego se vuelve un malestar en el cuerpo: un nudo en la garganta, una opresión en el pecho, una pregunta que nunca se responde.
¿Y si soy yo quien que siempre da? ¿Y si sin mí, este vínculo simplemente se apaga?
Nos aferramos a lo que podría ser. Apostamos a la esperanza como si fuera garantía. Pensamos “quizás mañana responda distinto”, “tal vez cambie”, “capaz esta vez se dé cuenta de todo lo que hago”. Y esa ilusión, esa chispa, nos mantiene… aunque ya esté quemando.
Insistir no debería ser una forma de amar.
Uno se pregunta si soltar es egoísmo o autocuidado. Si quedarse es amor o miedo a estar sola. La ambivalencia duele más que una despedida clara.
Y, sin embargo, seguimos ahí, un poco por costumbre, un poco por ternura.
Quizá lo más triste de estos vínculos no es perder a la otra persona, sino perdernos a nosotros mismos mientras intentamos que todo funcione.
A veces, la decisión más adecuada es dejar de insistir.
Este texto es una reflexión sobre el desgaste emocional que puede provocar un vínculo desigual. No pretende señalar culpables, sino nombrar lo que muchas veces sentimos en silencio. Tampoco es una verdad universal.
Este post llego justo en el momento en el que al fin tomé la decisión de dejar de buscar a unas amigas con las que justo estoy pasando esto, explica perfectamente lo que siento, muchas gracias!
Este fragmento se siente como poner palabras a un sentimiento que, aunque ya aceptado, llevaba mucho tiempo guardado en mi corazón 😩 espectacular.